El aire en el bosque alemán estaba roto. La atmósfera, más que tensa, parecía desgarrarse con cada paso que Ryuusei y Bradley daban sobre el suelo. La naturaleza alrededor de ellos se descomponía y reconstruía en bucles incomprensibles. Los árboles parecían parpadear, y las sombras se alargaban en un juego macabro de luz y oscuridad.
—Esto es… esto no está bien —susurró Bradley, su voz llena de tensión. Cada segundo que pasaba, sentía el peso de lo distorsionado. El tiempo se retorcía a su alrededor como una cuerda vieja.
Ryuusei, con su Máscara del Yin-Yang firmemente puesta, avanzaba, imperturbable, mientras sus sentidos se agudizaban con la ruptura del tejido temporal. La realidad misma parecía arañada.
—Lo sé. Nos está observando —respondió, sus palabras frías, como si no estuviera en el mismo plano que Bradley, como si ya fuera uno con el entorno caótico.
A cada paso, el suelo parecía desmoronarse debajo de ellos. De repente, un susurro extraño pasó entre las hojas, y todo lo que había a su alrededor envejeció instantáneamente. Las plantas cercanas se arrugaban, sus hojas se tornaban amarillas y luego caían, convertidas en polvo en cuestión de segundos. Era como si la naturaleza misma estuviera siendo despojada de su tiempo, como una cicatriz que nunca sanaba.
—¿Eso... eso fue real? —preguntó Bradley, mirando las partículas de polvo levantadas por la corriente temporal.
Ryuusei no respondió, pero la tensión en sus hombros decía todo lo que necesitaba saber. De repente, una onda temporal explotó a su alrededor, y el sonido de la distorsión perforó el aire. Las rocas cercanas se fracturaron como si fueran huesos rotos, y el viento que soplaba se convirtió en un látigo invisible, cortando el aire con un sonido sordo. El tiempo mismo se rompía, el gore de lo que alguna vez fue vida vegetal esparciéndose como una lluvia asfixiante.
Entonces, el aire se desgarró. No con un sonido, sino con una vibración. La realidad parecía disolverse en espiral, y apareció una figura en el centro del claro.
Ezequiel Kross.
Él no caminó hacia ellos. Estaba simplemente allí, como si la distorsión lo hubiera colocado en ese preciso momento. Su presencia hacía que el tiempo mismo vacilara a su alrededor, como si todo lo que lo rodeaba luchara por mantenerse en existencia. La forma de su cuerpo, delgada y alta, fluctuaba de manera antinatural. El contorno de su ser no era fijo, sino que parecía distorsionarse como una visión duplicada y parpadeante.
En su mano, un hacha. No cualquier hacha. Era una pieza de metal gastado, que brillaba y se oxidaba en cuestión de milisegundos, como si hubiera sido forjada y destruida repetidamente.
Sus ojos, oscuros y profundos, parecían atravesar las capas de la realidad misma. No había agresión en su mirada, solo una quietud infinita. La calma de un ser que había visto todo y nada a la vez.
—No deberían estar aquí —dijo Ezequiel, su voz era profunda, como el eco de algo que ya no existía en ningún lugar del tiempo.
Ryuusei, sin inmutarse, levantó los Martillos de Guerra, su energía oscura corriendo a través de ellos como un pulso maligno.
—Sabemos que eres Ezequiel Kross. Estamos aquí para detenerte.
—Váyanse —dijo Ezequiel—. El tiempo aquí... los consumirá.
Ryuusei no se movió. —Sabemos lo que eres. Un experimento. Una anomalía. Pero no tienes que estar solo.
Mencionar su origen tuvo un efecto. Los ojos de Ezequiel parecieron enfocar un poco más a Ryuusei. La indiferencia se resquebrajó, reemplazada por una cautela milenaria.
—¿Quién... les habló de eso? —la pregunta era una mezcla de curiosidad y amenaza latente.
La respuesta de Ryuusei se vio interrumpida. Con una velocidad que desafió la percepción, Ezequiel apareció frente a él, el hacha levantada. No se movió en el espacio; el espacio mismo pareció rebobinarse para ponerlo allí.
Ryuusei reaccionó por instinto. Bloqueó el golpe del hacha con uno de sus martillos. El metal de ambos colisionó con un clang temporalmente distorsionado. El impacto no solo fue físico; el martillo intentó envejecer el hacha, y el hacha intentó ralentizar el tiempo en el martillo.
La lucha comenzó. Ezequiel se movía de forma impredecible, saltando en el tiempo más que en el espacio. Sus ataques de hacha eran impredecibles, apareciendo de repente, a veces con el filo envejecido hasta la fragilidad, otras veces afilado por un momento acelerado.
—¡Ryuusei! —gritó Bradley.
Una onda temporal barrió el área. Las plantas a su alrededor envejecieron y murieron en segundos, su material orgánico se descomponía con una velocidad horrible.
El ataque de Ezequiel se centró en manipular el tiempo a su alrededor y al de sus oponentes. Ryuusei usaba sus dagas no solo para esquivar, sino para saltar fuera de las zonas de tiempo distorsionado que creaba Ezequiel. Intentaba usar el Toque de la Entropía de sus martillos para contrarrestar la manipulación temporal, forzando la descomposición en lugar de la alteración.
Bradley, atrapado en este caos temporal, luchaba. Su velocidad le permitía reaccionar y moverse, pero los bucles temporales lo desorientaban. Corría, pero de repente se encontraba en el mismo punto de hacía un segundo. El miedo, un viejo compañero, intentaba paralizarlo. Vio los efectos del tiempo de Ezequiel: un pequeño animal atrapado en un bucle, muriendo y regenerándose dolorosamente una y otra vez. Vio cómo las habilidades de Ezequiel podían torcer la carne.
Hubo un instante. Un momento donde Ezequiel creó una zona de tiempo acelerado para lanzar su hacha con velocidad devastadora. La distorsión hizo que el aire hirviera y las hojas cercanas se desintegraran en un instante. El hacha, cargada de energía temporal, se movía más rápido de lo que Bradley jamás había visto. Iba directo a Ryuusei.
El pánico se disparó en el pecho de Bradley. Era el mismo miedo paralizante de Michigan, de la fábrica con Chad. Su mente gritó que huyera, que se escondiera. Pero entonces... recordó
Recordó su propia decisión de no ser un cobarde más.
Una furia helada recorrió su cuerpo. Ya no más.
—¡NO! —gritó Bradley.
En un estallido de velocidad que superó incluso la distorsión temporal (o quizás aprovechó un micro-agujero en ella), Bradley se lanzó hacia adelante. No esquivó. No huyó. Se interpuso.
Usó su velocidad para interceptar el hacha de Ezequiel antes de que llegara a Ryuusei. No tenía armas, solo sus puños. Concentró su impulso a supervelocidad en un puñetazo dirigido al mango del hacha, o quizás al brazo de Ezequiel.
¡CRACK!
El impacto no fue solo físico. Bradley rompió la distorsión alrededor del ataque del hacha con su propia velocidad pura. El movimiento fue audaz, arriesgado y completamente desprovisto de la cobardía que lo definía antes.
Ezequiel se sorprendió. El ataque del hacha se desvió. Su mirada antigua, por primera vez, mostró una pizca de interés en Bradley.
—Ya no eres un cobarde —dijo Ryuusei, observando la acción de Bradley, un sutil matiz de aprobación en su voz bajo la máscara. El entrenamiento había dado frutos en el momento crucial.
La confrontación cambió. Ya no era solo Ryuusei contra Ezequiel. Bradley había intervenido activamente, demostrando que era más que un simple acompañante asustado. La batalla temporal continuó, con Ryuusei lidiando directamente con Ezequiel y sus poderes, mientras Bradley usaba su velocidad para interrumpir, desviar y encontrar aperturas en el caos temporal.
Ryuusei vio una oportunidad en la momentánea distracción de Ezequiel por Bradley. Detuvo su ataque, bajó sus martillos.
—Ezequiel —dijo Ryuusei, su voz resonando en el aire distorsionado—.
No tienes que seguir así.
No tienes que ser solo una anomalía errante.
Sé lo que te hicieron.
El experimento.
La soledad.
La Muerte me habló de ti.
Usó las palabras de Lara, apelando a su origen trágico, a su condición única.
—Eres poderoso. Pero no tienes un lugar. Yo puedo darte un lugar. Una propósito. Hay otros como nosotros. Marginados. Con poderes que no encajan. Que han sufrido. Podemos operar fuera de este sistema. Podemos ser algo más que espectros.
Ofreció el pacto. Una oportunidad de pertenecer. La posibilidad de dejar de ser solo una anomalía huyendo del tiempo.
Ezequiel escuchó, su rostro antiguo inescrutable. La intensidad del combate temporal disminuyó ligeramente. La manipulación del tiempo a su alrededor se volvió menos agresiva, más contemplativa. Miró a Ryuusei, luego a Bradley, el chico que había superado su miedo para interponerse en su camino.
—Un lugar... —murmuró Ezequiel, y en su voz, por primera vez, hubo un atisbo de anhelo, un eco de la soledad que había sido su constante compañero a través de épocas fragmentadas.
La decisión aún no estaba tomada. La oferta pendía en el aire distorsionado, un momento suspendido entre el conflicto y la posibilidad.