Chad Blake, con la piedra negra latiendo en su pecho y el traductor en su oído, permanecía en silencio, una figura de poder latente marcada por una tragedia insondable. Kaira y Bradley, aún procesando la historia de Ryuusei y la oscuridad de la Operación, observaban a su líder, listos para la siguiente fase. Brad ya había comenzado a coordinar la logística, su mente práctica enfocada en los movimientos inminentes del equipo.
Ryuusei, con la información sobre Ezequiel Kross fresca en su mente gracias a Lara y su enigmático pergamino, delineó el siguiente paso.
—Ezequiel Kross está en Alemania —anunció, su voz despojada de la emoción que había acompañado la historia de su origen—. Es la última persona en la lista de contactos potenciales. La última pieza para completar esta fase.
Miró al equipo.
—Brad, Kaira, Chad... y el resto de los que se unirán en otros puntos o viajarán con ustedes —continuó, refiriéndose a la estructura más amplia de la Operación que no estaba presente en Michigan—. Irán a Suiza. Tengo contactos allí. Encontrarán un lugar seguro. Esperarán mi llegada.
La orden fue clara: la mayoría del equipo principal se desplazaría hacia Europa, pero se dividirían. Ryuusei tenía una misión separada.
—Yo iré a Alemania —dijo Ryuusei—. Pero no iré solo.
Sus ojos dorados se fijaron en Bradley, quien, tras procesar la información con una intensidad que antes se manifestaba como nerviosismo errático, ahora observaba con atención fija.
—Bradley viene conmigo —declaró Ryuusei.
Bradley parpadeó, sorprendido. No esperaba ser elegido para una misión directa con Ryuusei, separada del grupo principal, especialmente después de lo sucedido en Michigan.
—¿Yo? —preguntó Bradley, con una mezcla de aprensión y algo más, una chispa de determinación.
Ryuusei asintió.
—Sí. Tú. Necesito tu velocidad para esto. Y... necesitas entrenar más. Enfrentar a Ezequiel será un desafío diferente. Será una oportunidad.
La implicación era clara: este viaje no solo trataba sobre Ezequiel; era una continuación directa del entrenamiento de Bradley, una prueba práctica en un entorno impredecible. La seriedad de la tarea pesaba sobre Bradley, pero la idea de seguir aprendiendo de Ryuusei, de ser considerado capaz de manejarla, luchaba contra el miedo.
Los preparativos para la división y el viaje se aceleraron. Brad coordinó los arreglos para el grupo principal que se dirigía a Suiza. Ryuusei organizó su propio viaje, junto con el de Bradley, a Alemania. No sería un vuelo comercial regular; la discreción y la velocidad eran fundamentales.
Poco después, Ryuusei y Bradley se encontraron a bordo de un avión privado cruzando el Atlántico. Las luces de la costa este de los Estados Unidos desaparecían debajo, reemplazadas por la vasta oscuridad del océano. El interior del jet era lujoso pero sobrio, un contraste con la naturaleza sombría de su misión.
Sentados en cómodos asientos de cuero, con el suave zumbido de los motores como único sonido, Ryuusei decidió darle a Bradley más contexto sobre el individuo que iban a buscar.
—Ezequiel Kross —comenzó Ryuusei, mirando por la ventanilla, aunque sus ojos parecían ver más allá del cielo nocturno—. No es como los demás de la lista. No nació con sus habilidades de forma natural, al menos no de la manera convencional.
Le relató lo que había aprendido de Lara y su pergamino.
—Fue creado —dijo Ryuusei, la palabra resonando con una frialdad inquietante—. Un experimento militar en Alemania. Un intento de manipular el tiempo. Usaron niños. Pruebas inhumanas. La mayoría murió de formas horribles. Él fue el único que sobrevivió.
La historia era perturbadora. Bradley escuchaba, su inquietud reflejada en un leve ajuste de su postura, pero su mirada fija en Ryuusei. Había presenciado el horror en Michigan, pero la idea de experimentos con niños y manipulación temporal era un tipo diferente de oscuridad.
—Su poder es el control de la distorsión temporal —explicó Ryuusei—. Al principio, pequeñas cosas. Ralentizar balas. Estirar momentos. Pero creció. Puede atrapar personas en bucles de tiempo, hacerlas revivir momentos. Puede desatar caos temporal a su alrededor.
Recordó la descripción de Lara: "Un espectro del tiempo", "Una anomalía que el universo intenta corregir".
—Es peligroso —dijo Ryuusei—. No solo por sus poderes. Su existencia misma desafía las leyes naturales. Y eso lo hace... impredecible. Y solitario. No puede quedarse en un solo lugar por mucho tiempo.
Miró a Bradley.
—Por eso te traje. Tu velocidad puede ayudarte a moverte incluso cuando el tiempo se distorsiona a tu alrededor. Y tu capacidad para reaccionar rápidamente será puesta a prueba. Esto es entrenamiento real, Bradley. Mucho más allá de esquivar golpes o correr rápido. Tendrás que aprender a navegar un entorno donde la realidad misma es fluida.
Bradley tragó saliva. El miedo estaba allí, un compañero familiar. Pero escuchar la historia de Ezequiel, comprender la magnitud del desafío, la confianza implícita de Ryuusei en traerlo... algo dentro de él se afirmó. La cobardía que lo había paralizado en el pasado, aunque aún presente, se sentía más distante. Las experiencias en el Limbo, la lucha contra Chad, la oscuridad del Capitán Dynamo... todo lo había endurecido.
—Entendido —dijo Bradley, su voz más firme que nunca—. No los defraudaré.
Ryuusei asintió, un leve gesto de aprobación.
—No espero que no sientas miedo, Bradley. Espero que actúes a pesar de él. Ahí es donde reside la verdadera fuerza.
El resto del viaje transcurrió en un silencio reflexivo, interrumpido solo por el rugido del avión. Bradley repasaba en su mente lo que Ryuusei le había dicho, preparándose para un peligro que desafiaba su comprensión. Ryuusei observaba el oscuro horizonte, ya enfocado en el reclutamiento del último marginado.
Aterrizaron en Alemania para ser exactos en la ciudad de Leipzig, bajo la cubierta de la noche. El aire era frío y desconocido. Desde el aeropuerto, se dirigieron hacia una región que, según los informes recopilados por Brad y la información críptica de Lara, había experimentado fenómenos temporales inexplicables. Era una zona boscosa y montañosa, con vestigios de bases militares antiguas y secretos olvidados.
Descendieron del vehículo en una carretera secundaria abandonada, rodeados por la penumbra y el silencio del campo. La atmósfera se sentía... extraña. No solo por el cambio de país o la hora. Había una sutileza en el aire, como si los segundos se estiraran o se contrajeran de forma casi imperceptible. Un pájaro cantó, y el sonido pareció repetirse un instante después. Una hoja cayó de un árbol con una lentitud antinatural.
Ryuusei se ajustó la máscara, sus ojos dorados escaneando la oscuridad. Bradley, a su lado, sentía cómo su inquietud natural se intensificaba, no en pánico, sino en una agudización de sus sentidos. Cada fibra de su ser le decía que algo no estaba bien en ese lugar.
—Aquí es —dijo Ryuusei en voz baja—. Se supone que las anomalías son más fuertes en esta área.
Miró a Bradley.
—Mantente alerta. Tus sentidos te dirán si el tiempo se comporta de forma extraña. Y si algo sale mal... usa tu velocidad para mantenernos fuera de peligro.
Comenzaron a adentrarse en el bosque oscuro y silencioso. Los árboles parecían retorcerse bajo la tenue luz de la luna, proyectando sombras inquietantes. Cada paso los acercaba más al territorio de Ezequiel Kross, la anomalía temporal. La búsqueda había comenzado. Y el entrenamiento de Bradley estaba a punto de volverse muy, muy real.