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Chapter 151 - Capítulo 40: La Tragedia de Chad

El aire en la habitación del motel estaba cargado de una tensión palpable. Las palabras de Ryuusei aún flotaban en la atmósfera, como ecos de un pasado oscuro que se extendían entre los presentes. La historia del Limbo, la traición, la lealtad inquebrantable de Aiko, la Operación, y el despiadado objetivo de destruir a los héroes de Japón se asentaban en las mentes de Brad, Kaira y Bradley. Cada palabra había calado profundo, un veneno que aún circulaba en sus pensamientos.

De repente, el silencio se rompió. Un suave crujir proveniente de la puerta contigua —la que llevaba a la habitación donde habían asegurado a Chad Blake— interrumpió el momento. La puerta, que había sido cerrada con firmeza, se abrió lentamente, casi como si una presencia invisible la empujara. Chad estaba allí, apoyado contra el umbral, su figura aún marcada por las secuelas de los recientes combates. Su rostro reflejaba algo más que cansancio; había tristeza, pero también una determinación gélida, la de alguien que ha decidido que no tiene nada más que perder. La sedación que le habían administrado había perdido su eficacia, o tal vez su regeneración acelerada había hecho su trabajo demasiado rápido.

Las cabezas se giraron hacia él. La sorpresa fue inmediata, pero también lo fue la cautela. Chad entró con pasos pesados, su presencia abrumadora, los ojos fijos en Ryuusei. No había rastro de la debilidad de antes, solo una resolución fría y palpable.

—Lo escuché —dijo Chad, su voz grave como el retumbar de un trueno lejano—. Toda la historia. Desde el principio. Desde el Limbo.

Hizo una pausa, observando brevemente a Kaira y Bradley, antes de volver a Ryuusei. Había algo en su mirada, algo que traía consigo una extraña mezcla de dolor y furia contenida.

—La Muerte... los torneos... el precio... la traición. Y... por qué están haciendo esto. Por qué... él... —su mirada volvió a Ryuusei, y por un breve segundo, su rostro pareció fracturarse—... está haciendo esto.

Con una calma impresionante, Chad se enderezó, su cuerpo irradiando una dignidad extraña y desafiante, aunque su piel seguía marcada por la violencia. A pesar de su imagen deteriorada, en su postura se percibía una nueva fuerza, como si el sufrimiento lo hubiera templado.

—Quiero unirme —declaró, las palabras resonando con la firmeza de un juramento—. Sé que dudan de mí. Que soy inestable. Que soy... una amenaza. No me importa que duden. Pueden vigilarme. Controlarme. Pero quiero ser parte de esto.

Se acercó a Ryuusei, avanzando con paso decidido, hasta detenerse a pocos pasos de él. El aire se volvió pesado, la habitación completamente inmersa en una atmósfera tensa. La sala se había quedado sin respiración, sin aliento, ante la decisión del hombre que acababa de entrar.

En un movimiento que paralizó a Kaira y Bradley, Chad se arrodilló, sus rodillas chocando contra el suelo polvoriento del motel, dejando escapar un crujido siniestro bajo su peso. Bajó la cabeza, un gesto de sumisión tan inesperado como lo era él mismo. La escena era grotesca en su contradicción; un hombre capaz de destruir con su poder y su dolor, humillándose ante otro, en una súplica silenciosa que nadie hubiera anticipado.

—Kisaragi Ryuusei —murmuró Chad, su voz resonando con una reverencia extraña y escalofriante—. He vivido en la oscuridad. Perdido en mi propio infierno. Pero he escuchado tu historia. Tu visión. Tu fuerza.

Levantó la vista, sus ojos inyectados de sangre brillando con una intensidad peligrosa, una rabia contenida bajo un control tan precario como la bomba que vivía dentro de él.

—El Rey de la nueva era ha llegado —proclamó Chad, su voz ahora potente, llena de una energía visceral que inundaba la habitación.

Y quiero luchar bajo su bandera. Contra el viejo orden. Contra los héroes que permiten que cosas como esta sigan ocurriendo.

Ryuusei lo observó en silencio, sus ojos dorados permanecieron fijos en Chad. No hubo sorpresa, solo una evaluación fría. Sabía que la desesperación puede llevar a la lealtad, y que el caos de Chad, su dolor sin fin, podría ser útil. Aunque el riesgo era evidente, lo comprendía. Después de todo, los héroes que tanto deseaban destruir también fueron causantes de estas tragedias.

—Levántate, Chad —dijo Ryuusei con voz tranquila, casi condescendiente, como si su decisión ya estuviera tomada—. Has escuchado mi historia. Ahora, si quieres unirte a mi Operación, es justo que yo y mi equipo entendamos la tuya. La razón detrás de tu oscuridad.

Chad se puso de pie lentamente, como si el peso de sus propias palabras fuera demasiado para su cuerpo, pero su mirada seguía fija en Ryuusei. Asintió, la determinación en su rostro inquebrantable. Era el momento de enfrentar su propia pesadilla, de liberar la verdad que había estado ocultando en lo más profundo de su ser.

—Fue... hace tiempo —comenzó Chad, su voz quebrándose ligeramente, la herida que había estado callando durante tanto tiempo comenzando a brotar—. Estaba de viaje con mi familia. Mi esposa... y mis dos hijos. Estábamos en Estados Unidos, de vacaciones.

El peso del recuerdo pareció hacer que su cuerpo se doblara ligeramente, como si un gran peso lo aplastara. Los otros tres lo miraban con atención, el aire cargado de una inquietante expectativa.

—Estábamos cerca de un parque —continuó, sus ojos vacíos de emociones mientras hablaba, pero la angustia contenida era palpable—. Y entonces lo vi. A lo lejos. En el cielo. Era uno de ellos. Un héroe. Archangel.

El nombre de Archangel resonó en la sala como una maldición. La atmósfera se tornó aún más densa, como si la mención del héroe provocara un desequilibrio. La tensión era insoportable, y Chad no se detuvo.

—Vi... vi a Archangel —dijo, su voz quebrándose en un susurro tenso—. Y vi que se llevaba a mi esposa. Volando. Él... él se la estaba llevando.

La escena que pintó Chad parecía salida de una pesadilla: un héroe arrastrando a su esposa por los cielos, una imagen tan surreal que desbordaba la lógica, pero para él, era su realidad.

—Corrí... —su voz tembló con el recuerdo—. Corrí de vuelta, hacia donde estábamos quedándonos. Sin entender. Sin saber lo que estaba pasando.

La imagen que creó fue de pura desesperación.

—Cuando llegué... vi las noticias —dijo, tragando saliva, como si esas palabras pudieran matarlo por segunda vez—. Dijeron que... que habían encontrado a una mujer. Mi esposa. Muerta.

Las palabras "muerta" se colaron como una daga afilada, clavándose en el aire, y el silencio que siguió fue absoluto. Kaira, Bradley y Brad no pudieron evitar estremecerse ante la cruda realidad de la revelación.

—El dolor... la rabia... la confusión... —la voz de Chad se quebró aún más—. No podía controlarlo. Era demasiado. La energía... la energía empezó a salir de mí. Sin control.

Ryuusei lo observaba con atención, su rostro impasible. Pero en su interior, entendía lo que aquello significaba: la destrucción de Chad no era solo física, sino emocional. El caos que su poder desataba era el mismo que su alma sufría.

—Y entonces... pasó —susurró Chad, su voz ahora rota, como si la propia palabra fuera una condena—. Mi casa... explotó. No pude detenerlo. La destrocé. Y... y mis hijos... ellos estaban dentro.

El aire en la habitación se volvió denso, asfixiante, mientras la revelación de Chad se hacía más cruda y mortal. La tragedia de destruir su propia casa, la muerte de sus hijos por su propio poder descontrolado... era una pesadilla que ya no podía escapar.

Kaira y Bradley se miraron, sus ojos llenos de horror. No era solo la historia de un hombre; era la tragedia de un ser roto, incapaz de controlar el dolor y el poder que habitaban en él.

Ryuusei, en cambio, no mostró más que una fría comprensión. No era el dolor de Chad lo que le interesaba; era su potencial. El poder de destruirlo todo era exactamente lo que necesitaba. La tragedia de Chad se convirtió en una herramienta más para la Operación.

—Archangel... —murmuró Chad, su voz rasposa y llena de rabia—. No sé por qué se la llevó. No sé qué pasó. Pero... si no hubiera estado allí... si no lo hubiera visto con ella... si no hubiera escuchado las noticias...

La rabia de Chad ardía, un fuego interno alimentado por la impotencia y el dolor.

—Quiero que los héroes de Japón paguen —dijo Chad, levantando la cabeza, la mirada fija y feroz—. Quiero unirme a tu Operación. Porque quiero que ese mundo... el mundo de esos héroes... arda. Como ardió mi casa. Como ardió mi vida.

El horror de su confesión dejó una marca indeleble en la sala. Chad Blake, un hombre que había sido destruido por su propio dolor y su propio poder, ahora se erguía como un arma, dispuesto a razonar el mundo entero bajo su devastación.

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