El eco de la historia de origen de Ryuusei aún flotaba en la habitación del motel, dejando en el aire un peso denso, cargado de traumas, traiciones y poderes sobrenaturales. Kaira y Bradley observaban a su líder con una mezcla de asombro y una ligera aprensión. Brad mantenía su expresión impasible, aunque era claro que la historia de Ryuusei había agregado nuevas capas a su lealtad. Sabían de dónde venía, pero ahora necesitaban entender hacia dónde se dirigía y, lo más importante, por qué.
Ryuusei percibió el silencio que se había instaurado. Sabía que la historia del Limbo era mucho para procesar. Pero no podía quedarse ahí. El origen explicaba quién era, pero lo que vino después era lo que les daría las respuestas que necesitaban.
—El Limbo me cambió —empezó, su tono retomando firmeza, aunque seguía siendo tranquilo—. Me dio poder, sí. Pero a un costo. Cicatrices, físicas... y de otro tipo. Y, más que nada, me enseñó una lección difícil sobre la confianza.
Hizo una pausa, mirando hacia un punto distante, sus ojos dorados brillando con una intensidad que reflejaba los fantasmas de su pasado.
—Después de escapar con Aiko —continuó—, tuve que lidiar con las consecuencias. Y eso incluía a los demás. Haru, Kenta... y Daichi. Los que nos abandonaron.
La tensión en el aire se hizo palpable. Kaira y Bradley escuchaban atentamente, adivinando lo que vendría.
—No podíamos simplemente dejarlos ir —dijo Ryuusei, su voz tan fría como la verdad que compartía—. Habían visto lo que hicimos. Sabían demasiado. La traición... no se perdona.
Ryuusei no se anduvo con rodeos al revelar lo que ocurrió después.
—Tuve que enfrentarlos. Y... maté a Haru y Kenta. Aiko estuvo conmigo. Ellos eligieron su camino cuando me dejaron tirado en el Limbo. Elegí el mío cuando me aseguré de que no pudieran hacer más daño.
El peso de sus palabras fue como un golpe, aunque la reacción de Kaira y Bradley fue más contenida que la de Chad o el Capitán Dynamo. La oscuridad que ya conocían en Ryuusei no era una sorpresa total, pero escuchar su confesión aún caló hondo.
—Daichi... fue distinto —siguió, un atisbo de dureza asomando en su tono—. Luché contra él también. Era fuerte. Un estratega. Logró... sobrevivir y escapar. Es una amenaza, y lo sabe.
El nombre de Daichi quedó suspendido en el aire, un enemigo del pasado aún con vida, una pieza peligrosa sin resolver.
—Después de eso —prosiguió Ryuusei—, mientras me adaptaba a mi nueva vida con mis habilidades... y mis limitaciones, tuve otro encuentro importante. Esta vez con algunos de los grandes nombres de Japón. Los héroes.
La mirada de Ryuusei se endureció un poco más.
—Me enfrenté a Aurion —dijo, mencionando al Héroe Número Uno, el mismo que investigaba en Rusia—, y a su compañero, Archangel. Fue... público. Una pelea en Japón. Y... perdimos. Aiko y yo. Nos derrotaron.
El hecho de que esa derrota se hubiera transmitido por televisión, conocida en todo el mundo, añadió una capa inesperada de vulnerabilidad a la imagen de Ryuusei. Pero también era un recordatorio claro de lo que lo motivaba.
—Fue una lección —dijo Ryuusei, sus palabras calmadas, pero con un toque de amargura—. Los héroes actuales, los pilares de este mundo, son poderosos. Y complacientes. Viven dentro de un sistema que no siempre funciona. Yo, que quería crear una nueva era de paz, fui derrotado públicamente por ellos.
Ryuusei continuó, llevando la conversación a un terreno aún más oscuro.
—La Muerte... me dejó ir —explicó—. A mí y a Aiko. Nos permitió salir del Limbo. Pero el precio era claro: ya no éramos parte de su sistema de Heraldos. Ni Súper, ni Bastardos. Estamos fuera. No le debemos lealtad... no de la misma manera que los demás miembros del Comité.
Y luego, la Muerte le reveló algo crucial.
—Me dijo que Daichi había sobrevivido —dijo, con un dejo de inquietud—. Y que no estaba solo. Ha reunido un gran ejército. Quiere matarme. Es una amenaza que está en crecimiento.
Pero eso no fue todo.
—Me dio nombres —continuó, sin rodeos—. Nombres de personas con grandes poderes. Personas que, como yo, no encajaban en los moldes existentes. Gente... marginada. Con potencial.
Miró a Brad, Kaira y Bradley, como si las palabras fueran un puente hacia su futuro compartido.
—Me dio la lista —dijo, nombrando a cada uno—: Volkhov. Arkadi. Amber Lee. Sylvan. Brad. Bradley. Kaira. Chad. Y Ezequiel.
Aclaró que Ezequiel aún era el único que no había encontrado ni reclutado. Los demás ya estaban bajo su influencia, algunos de manera más activa que otros.
—He estado reuniendo a estas personas —dijo, su tono firme—. A estos marginados. A aquellos con poder, pero que no tienen un lugar en este sistema. Personas que pueden operar fuera de las reglas establecidas.
Explicó cómo todo encajaba: la derrota a manos de Aurion, la amenaza de Daichi y su ejército, la advertencia sobre los Valmorth que manipulaban desde las sombras. El mundo estaba lleno de fuerzas que operaban fuera de la justicia convencional.
—Mi visión —dijo Ryuusei, con un brillo calculado en sus ojos dorados—, es crear un grupo lo suficientemente fuerte como para actuar donde los gobiernos y los héroes fallan. Para crear... equilibrio. Para no ser derrotado de nuevo. Para tener la fuerza necesaria para enfrentar a Daichi. Y, eventualmente, a los Valmorth.
La estrategia, el objetivo, estaba claro. Ryuusei se puso de pie, su presencia en la habitación tan intensa como el propósito que llevaba dentro.
—Ya hemos reunido a la mayoría del grupo —dijo, su voz firme—. Volkhov está a cargo de las operaciones en Asia. Amber Lee, Arkadi, Sylvan... están listos o en proceso de estarlo. Ustedes, Brad, Kaira, Bradley... han demostrado su valía. Chad... es un activo que aprenderemos a controlar. Y Ezequiel... será el último en encontrarse con nosotros.
Ryuusei hizo una pausa, y la habitación se llenó de un silencio denso. La tensión no era de miedo, sino de expectación. Brad asintió, preparado. Kaira y Bradley, aunque todavía afectados por el trauma reciente, sentían una creciente emoción. Saber que había más como ellos, saber que su primer objetivo era desafiar a los héroes que derrotaron a Ryuusei... les resultaba estimulante.
—¿Hay... hay más como nosotros? —preguntó Bradley, con una mezcla de inquietud y curiosidad, pero sin la torpeza de antes.
Kaira asintió, su expresión contenida, pero con una chispa de interés que se reflejaba en sus ojos. La idea de formar parte de algo más grande, de un grupo con individuos tan poderosos como Volkhov o Amber Lee, era tentadora.
—Sí —respondió Ryuusei—. Hay más. Y juntos... seremos una fuerza que el mundo no podrá ignorar.