El aire en la habitación del motel permanecía denso, incluso después de que la conversación sobre el pacto ruso y los Valmorth llegara a su fin. El peso de las revelaciones recientes y las acciones sombrías ocurridas en Michigan seguía pendiente sobre el equipo. Chad Blake descansaba en la habitación contigua, un recordatorio mudo de la cruda realidad que enfrentaban.
Kaira y Bradley, sentados cerca el uno del otro, reflejaban la solemnidad que había reemplazado su previo desdén y nerviosismo. Habían presenciado el horror de Chad, la despiadada pragmática de Ryuusei, y la complejidad de la Operación. Brad observaba a Ryuusei con la calma de alguien que ya había tocado las profundidades de su ser. Ryuusei, frente a ellos, sintió que había llegado el momento de explicar todo. De hablar sobre la base de la Operación, su razón de ser, y sobre él mismo.
—Hay cosas que no he explicado completamente —comenzó Ryuusei, su voz tranquila, pero con una intensidad palpable en sus ojos dorados—. La Operación, el Comité de la Muerte... por qué soy... como soy. Por qué hago lo que hago.
Hizo una pausa, como si tratara de ordenar sus pensamientos. La historia era larga y dolorosa, forjada en un lugar que pocos comprenderían.
—No siempre fui así —prosiguió. Su mirada parecía perderse en el tiempo—. Hace años, era solo un chico normal. Tenía catorce años. Vivía en Tokio con mis padres y mis dos hermanas menores. Iba a la escuela, salía con mi mejor amigo, Haruto. Era una vida ordinaria.
Al mencionar a Haruto, una sombra cruzó su rostro.
—Y luego... todo cambió. Un día, sin previo aviso, ocurrió una catástrofe. El mundo... se vino abajo. Fue algo... antinatural. Tal vez divino. Tokio fue destruida en cuestión de minutos. Gritos, explosiones, muerte por todas partes. Vi cosas... cosas horribles. Vi a Haruto... morir. Atrapado. Incapaz de ayudarlo.
Su voz permaneció firme, pero la historia emanaba el trauma de esa pérdida.
—Después de eso, caí en la oscuridad. No sé cuánto tiempo pasó. Cuando desperté, no estaba en ningún lugar que reconociera. Era un sitio frío, brumoso. Y allí estaba... la Muerte. No como una figura esquelética de leyenda, sino como una entidad... encapuchada.
Describió el Limbo, un lugar caótico lleno de almas perdidas. Allí, la Muerte les reveló que no estaban muertos para siempre. Tenían una oportunidad, pero a un costo: un torneo. Matarse entre ellos para que solo cinco pudieran regresar al mundo de los vivos. Las reglas eran brutales: armas medievales, sin aliados, dolor real, y solo aquellos con la voluntad más fuerte de sobrevivir.
—Era una masacre —dijo Ryuusei, con la gravedad en su voz—. La gente se mataba sin pensarlo. El horror era constante.
Habló de cómo, en medio de ese caos, encontró a Aiko. Una niña pequeña, asustada pero con una determinación inusual. Decidió protegerla, un impulso en un lugar donde la autopreservación era la única ley.
Les relató cómo, junto a otros tres supervivientes—Daichi, un joven serio; Kenta, despreocupado; y Haru, calculadora—formaron una alianza. Cinco almas, el número exacto de supervivientes permitidos.
—Mientras intentábamos sobrevivir en ese lugar infernal —prosiguió—, encontré una cueva oculta. Y dentro, unas armas extrañas. Dagas y martillos.
Explicó cómo, al tocarlas, obtuvo sus habilidades.
—Las dagas me otorgaron la capacidad de teletransportarme. Al principio, sin control, pero rápidamente dominé la habilidad. Los martillos... me dieron el poder de generar ondas expansivas, de golpear con una fuerza que superaba la de mi cuerpo.
Relató las primeras peleas, la necesidad de matar para sobrevivir, la náusea y el horror que sentía cada vez que quitaba una vida, a pesar de la necesidad. Y la constante pregunta de qué clase de persona estaba llegando a ser.
—Pero no éramos los únicos peligros —dijo Ryuusei, su tono se endureció ligeramente—. En el Limbo había seres de un nivel diferente. Monstruos. Y... los Heraldos.
Narró su encuentro con una criatura grotesca y, finalmente, con el Heraldo de la Destrucción, un ser de poder inmenso que lo superaba por completo.
—Me enfrenté a él —dijo, con una humildad sombría—. No duré nada. Me derrotó sin esfuerzo. Estaba... aterrorizado. Sabía que iba a morir. Usó mi miedo contra mí. Mi mayor miedo. La seguridad de mi familia. Eso me paralizó. Me golpeó. Me rompió.
Kaira y Bradley, escuchando, comenzaron a entender el origen de la vulnerabilidad oculta de Ryuusei.
—Estaba al borde de la muerte —prosiguió—. Y entonces, apareció algo más. La Bestia. Otra entidad. Luchó contra el Heraldo. Eran titanes. Yo era solo una hormiga viéndolos.
Relató cómo la Bestia derrotó al Heraldo, exponiéndolo. Y cómo, a pesar de su miedo y sus heridas, Ryuusei vio una oportunidad.
—Usé mi velocidad —dijo, detallando la acción—, y con mis martillos... acabé con el Heraldo. Fue brutal. Pero necesario. Sentí algo en su espada cuando cayó. La tomé.
Habló del costo. De cómo, inmediatamente después de esa victoria, un dolor insoportable surgió en su espalda. Sus piernas dejaron de responder. La regeneración de la piedra negra ya estaba en él, pero era lenta y agonizante.
—Ahí fue cuando sentí el verdadero horror —dijo, los recuerdos del dolor y el pánico reflejados en sus ojos—. Estaba lisiado. Incapaz de moverme. Y entonces... la Muerte cambió las reglas. El suelo se derrumbaba. La única salida era a través de un camino... de Heraldos Negros.
El momento crucial había llegado.
—Ahí es donde... la lealtad fue puesta a prueba. Y la traición se reveló. Mis compañeros... Kenta, Haru, Daichi... me vieron. Vieron que no podía moverme. Vieron la salida. Y... me dejaron atrás. Me abandonaron.
Un silencio denso llenó la sala. Kaira y Bradley comprendieron por fin la razón detrás de la profunda desconfianza de Ryuusei. Brad ya lo intuía, pero ahora, con la narración de Ryuusei, su perspectiva había cambiado.
—Solo Aiko se quedó —dijo Ryuusei, su voz suavizándose al hablar de ella—. Una niña pequeña. No me dejó. Intentó ayudarme. Incluso cuando yo... por el dolor y el pánico, casi perdí el control.
Les contó cómo, a pesar de su condición, Aiko tomó las riendas. Cómo usó las dagas de teletransportación para mover su cuerpo paralizado a través del Limbo en ruinas.
—Tuvimos que abrirnos paso —dijo Ryuusei, su tono sombrío—. Otros intentaban llegar a la salida. Yo... usé mis martillos. Desde la espalda de Aiko. Rompí piernas. Abrí camino. No era un juego limpio. Era supervivencia. A cualquier costo. Un plan sucio, sí. Pero funcionó.
Finalmente, llegaron a la salida. Solo cinco lo lograron. Los demás fueron devorados por el abismo. Al salir, vieron a los otros tres: Daichi, Kenta y Haru. Estaban vivos. Pero la distancia entre ellos y Ryuusei, y Aiko, era abismal.
—Entonces, la Muerte nos llamó —dijo Ryuusei, concluyendo su relato del Limbo—. Reveló el verdadero propósito del torneo. Éramos los elegidos para el Comité de la Muerte. Para ser los nuevos Heraldos Supremos.
Relató el desafío, su negativa a seguir las reglas, la respuesta solidaria de Aiko y la reacción de la Muerte.
—La Muerte me dio la máscara —dijo, tocando la máscara que siempre llevaba, símbolo de su origen—. El Yin-Yang. Mi marca. Y por mi desafío... empeoró la lesión en mi espalda. La regeneración siempre sería dolorosa. Una tortura constante.
Finalmente, habló de la brutal condición de su muerte, de la forma en que debían matarlo para evitar su regeneración.
—Ellos —dijo, refiriéndose a Daichi, Kenta y Haru—, aceptaron. Se convirtieron en los Heraldos Supremos. Yo... y Aiko... éramos algo diferente. "Heraldos Bastardos". No encajábamos en su orden. Nos toleraron, pero nos despreciaron.
Cerró con la historia del juramento de Aiko.
—Aiko me juró lealtad inquebrantable —dijo Ryuusei, un toque de respeto o afecto cruzando su rostro—. Dijo que no tenía otro lugar. Que solo quería estar a mi lado. Y yo... la acepté. Ella es la única persona en quien confío sin reservas.
La historia terminó. La sala quedó en silencio, solo interrumpido por las respiraciones del equipo. Kaira y Bradley miraron a Ryuusei, ahora con una mezcla de asombro, comprensión y quizá una capa nueva de miedo ante la oscuridad de su origen. Ahora entendían su desconfianza, su pragmatismo, su vínculo con Aiko, el dolor ocasional que sufría, el significado de su máscara, y la seriedad de las fuerzas que lo habían moldeado.
Brad asintió, con la certeza de que lo que acababa de escuchar confirmaba lo que ya sospechaba, o al menos lo que ya intuía.
La historia de Ryuusei, de su origen, era un relato de trauma, dolor, traición, lealtad, y la forja de un ser capaz de caminar entre el caos y la paz, marcado por la Muerte y destinado a un camino complicado.