El aire en el callejón olía a basura, a grasa de cocina y a la frustración creciente. Bradley Goel se mantenía recostado contra la pared, con los brazos cruzados, su inquietud palpable incluso en la quietud forzada de su postura. Sus ojos saltaban de Ryuusei a Brad y de vuelta, como si intentara procesar la extraña oferta que le estaban haciendo, una oferta que se negaba a tomar en serio.
—Miren, en serio, no me interesa —repitió Bradley, su voz rápida y ligeramente exasperada—. Suena a mucho trabajo. Cambiar el mundo, reunir gente... eso es para los tipos de los cómics con mallas ajustadas y discursos aburridos. Yo no soy así. Soy un tipo normal, solo que... ya saben. Rápido. Y quiero usar mi velocidad para... bueno, para lo mío. Ver cosas que nadie más ve. Ir a lugares antes de que alguien se dé cuenta. Vivir rápido.
Brad soltó una risa seca. —¿Tu "lo mío" implica seguir a chicas a supervelocidad?
Bradley se sonrojó ligeramente de nuevo, su mirada volviéndose evasiva. —No... no exactamente. Es más sobre... la perspectiva. Ver el mundo de una manera diferente. A mi manera.
Ryuusei observó al chico. Su fachada de cinismo y desinterés era gruesa, pero Ryuusei podía sentir la energía que emanaba de él, una energía que no era solo velocidad, sino también una profunda desconexión, una soledad. Bradley había construido un muro a su alrededor, usando su velocidad para mantener al mundo a raya.
—Entendemos que el mundo puede parecer lento y aburrido desde tu perspectiva —dijo Ryuusei, su voz tranquila y mesurada—. Que la gente parezca insignificante en su lentitud. Pero hay cosas sucediendo, Bradley. Cosas que te afectarán a ti. Cosas que pueden destruir incluso tu "perspectiva".
Bradley soltó otra carcajada hueca. —¿Cosas? ¿Como qué? ¿Alienigenas? ¿Monstruos? Eso es solo en las películas. La vida real es solo... lenta. Y aburrida.
Ryuusei dio un paso adelante, acortando la distancia entre ellos. La mirada en sus ojos dorados se volvió más intensa, más enfocada.
—He visto lo que tú no puedes ver, Bradley —dijo Ryuusei, su voz bajando a un susurro—. He visto la oscuridad que se arrastra. He sentido el frío del abismo. Y he luchado contra los que creen tener derecho a controlar este mundo.
Se detuvo frente a Bradley, y con un movimiento lento y deliberado, llevó una mano a su rostro. Brad observó en silencio, sabiendo lo que venía. Ryuusei rara vez mostraba su rostro completo a extraños, y menos aún revelaba su verdadera identidad.
Ryuusei se quitó la capucha de su abrigo, revelando su cabello oscuro y parte de su rostro. Luego, con la misma deliberación, sacó de su abrigo algo envuelto en tela oscura. Lo desplegó, revelando una máscara.
No era una máscara cualquiera. Era una máscara de porcelana blanca inmaculada, dividida perfectamente por una línea curva. Un lado era un negro profundo y brillante, el otro, un blanco puro. En el centro de cada mitad, un punto del color opuesto: blanco en el negro, negro en el blanco. El símbolo del Yin y el Yang, estilizado, icónico.
Ryuusei se colocó la máscara en el rostro. El momento fue cargado de una quietud antinatural. El aire del callejón pareció vibrar. La figura de Ryuusei, ya imponente, se volvió algo más. Algo reconocible. Algo que había sido visto por millones.
Bradley Goel, el adolescente superrápido con TDAH y mirada cínica, se quedó completamente inmóvil. Su inquietud perpetua cesó de golpe, como si alguien hubiera apretado el botón de pausa en su propia realidad acelerada. Sus ojos, que antes saltaban de un lado a otro, se fijaron en la máscara. La sonrisa burlona en sus labios se desvaneció, reemplazada por una expresión de pura incredulidad.
—No... no puede ser —murmuró Bradley, su voz, por primera vez, era lenta. Lenta y temblorosa.
Ryuusei, oculto tras la máscara del Yin y el Yang, lo miró en silencio.
—Sí, puede ser —dijo Ryuusei, su voz sonando ligeramente distorsionada por la máscara, cargada de un eco de peso y autoridad—. Soy Kisaragi Ryuusei. El Hijo del Yin y el Yang.
Bradley lo miró fijamente, su mente pareciendo procesar la información a una velocidad agonizante. Recordó. Recordó las noticias. El pánico global. Las imágenes de un hombre enmascarado enfrentándose a una figura que brillaba como un sol.
—Yo... yo lo vi —dijo Bradley, su voz recuperando algo de velocidad, pero aún teñida de asombro—. En las noticias. En vivo. El de Japón. Contra... contra Aurion. El Héroe Número Uno. Perdiste.
—Perdí la batalla —corrigió Ryuusei—. Pero sobreviví a la guerra. Y aprendí.
Bradley seguía mirándolo, sus ojos muy abiertos. El cinismo, la pereza, la desgana... todo se desvaneció frente a la figura que tenía delante. Era como si el mundo, por un instante, hubiera acelerado para él, mostrándole una realidad que no era lenta ni aburrida.
—Aquí... los héroes son una mierda —dijo Bradley, su voz volviendo a ser rápida, pero ahora con una intensidad diferente—. Solo les importa la fama, los patrocinios, posar para las cámaras. Son falsos. Payasos.
Miró a Ryuusei, a la máscara que representaba un enfrentamiento real, una lucha brutal contra el poder establecido.
—Pero tú... tú no eres así —continuó Bradley—. Tú te enfrentaste al puto número uno. Y seguiste vivo. Eso... eso es real. Eso no es lento.
Se pasó una mano temblorosa por el pelo revuelto, su inquietud regresando ligeramente, pero ahora canalizada en nerviosismo y excitación.
—Dijiste... dijiste que necesitabas gente. ¿Para cambiar el mundo? ¿Para pelear?
Ryuusei asintió. —Para equilibrar la oscuridad. Para evitar que el abismo se trague todo.
Bradley lo miró fijamente por un momento más, procesando la magnitud de la oferta, la identidad del hombre que se la hacía. Su decisión fue repentina, una explosión de energía que contrastaba con su reticencia anterior.
—Joder. —Bradley se enderezó, su postura cambiando de desgarbada a tensa—. Está bien. Lo haré. Me uno.
Brad arqueó una ceja, sorprendido por la rapidez del cambio.
—¿En serio? ¿Así de fácil? —preguntó Brad.
—Sí —respondió Bradley, su voz volviendo a su ritmo acelerado habitual, pero ahora con un propósito claro—. ¿Para qué más tengo esta velocidad? Los héroes de aquí son basuras. Pero tú... tú eres otra cosa. Quiero ver de qué se trata. Quiero ver si puedo mantenerme al día con alguien como tú.
Miró a Ryuusei, a la máscara del Yin y el Yang. Una chispa nueva brillaba en sus ojos. Ya no era solo aburrimiento o cinismo. Era anticipación. El mundo, de repente, ya no parecía tan lento.
—Bienvenido al equipo, Bradley —dijo Ryuusei, su voz resonando con un tono de finalidad.
La búsqueda del velocista había terminado. El Hijo del Yin y el Yang había encontrado a su primer recluta. Uno rápido, inquieto, con TDAH, un pasatiempo cuestionable, pero con una chispa de potencial y una nueva lealtad. Se habían dividido. Aiko y Volkhov hacia el norte. Ryuusei y Brad hacia Europa. Y ahora, con un nuevo miembro a su velocidad, la siguiente fase de la misión podía comenzar. El camino hacia un futuro equilibrado se teñía con la velocidad de un adolescente que solo quería un propósito que no fuera lento.