El borrón. El destello. Un parpadeo de movimiento imposible que duró menos que un suspiro. La pequeña moneda, liberada por Ryuusei desde la altura, desapareció del aire antes de que la gravedad pudiera reclamarla por completo. Ryuusei y Brad, apostados en el tejado de un edificio cercano, sintieron el eco de esa velocidad, una vibración efímera en el tejido mismo del aire que solo sus sentidos agudizados podían percibir.
—Ahí está —murmuró Brad, una sonrisa de depredador asomando en sus labios. No había visto al chico, solo la ausencia repentina de la moneda.
Ryuusei no dijo nada, sus ojos dorados escudriñando la calle y los edificios circundantes. La energía de Bradley era como una señal de radio defectuosa, fuerte en un instante, nula en el siguiente, frustrantemente difícil de triangular. Se movía demasiado rápido, su presencia fluctuaba como la llama de una vela en un huracán.
—¿Hacia dónde? —preguntó Brad, listo para moverse.
Ryuusei cerró los ojos por un segundo, concentrándose. Ignoró el ruido de la ciudad, las miles de vidas que se movían a una velocidad normal. Buscó esa resonancia, ese eco de velocidad que dejaba tras de sí. Era como escuchar el eco de un grito en una habitación inmensa, tratando de determinar de dónde vino.
—Cerca —dijo finalmente, abriendo los ojos—. En esa dirección. —Señaló hacia el este, hacia un bloque de apartamentos antiguos y tiendas a nivel de la calle.
Saltaron del tejado, aterrizando suavemente en la calle trasera, desapareciendo en las sombras antes de que cualquier transeúnte los notara. Se movieron rápidamente por las estrechas calles, Ryuusei guiando el camino, sus sentidos trabajando al límite. Podía sentir la energía de Bradley, no como una presencia constante, sino como una serie de puntos en el tiempo, parpadeos de existencia acelerada. Era frustrante. Era como intentar seguir un rayo.
La señal se hizo más fuerte cerca de un bloque de apartamentos con un pequeño restaurante tailandés en la planta baja. El olor a especias y comida se mezclaba con el aire húmedo de la ciudad. Ryuusei se detuvo, su mirada fija en la entrada trasera del restaurante, una puerta de metal desgastado y cubos de basura alineados a un lado.
—Aquí —susurró—. Está aquí. O lo estuvo hace un instante.
Esperaron en silencio, ocultos en la sombra de un callejón. Los minutos se estiraron. La quietud comenzaba a ser incómoda. Brad empezó a impacientarse, moviendo un pie inquieto.
De repente, la puerta de metal se abrió con un chirrido. Un chico delgado, de aspecto desgarbado y con el pelo castaño revuelto, salió del restaurante, vestido con una camiseta del uniforme, con manchas de comida. Parecía tener unos dieciséis años. Llevaba una pequeña bolsa de basura en la mano, que dejó caer en uno de los cubos con un golpe seco.
Este tenía que ser. Sentían la energía residual a su alrededor, la misma que dejó el borrón en el aire.
El chico se recostó contra la pared de ladrillos, sacando su teléfono móvil. Se quedó allí, inquieto, moviendo constantemente una pierna, tamborileando con los dedos en la pantalla. Parecía incapaz de quedarse completamente quieto, incluso en un momento de descanso. Su mirada saltaba de un lado a otro, registrando todo a una velocidad antinatural.
Ryuusei dio un paso adelante, saliendo de la sombra. Brad lo siguió de cerca.
El chico levantó la vista, sus ojos encontrándose con los de Ryuusei. Por un instante, el movimiento en sus miembros cesó, una pausa momentánea en su perpetua inquietud.
—¿Sí? —preguntó el chico, su voz era rápida, casi atropellada, como si quisiera terminar la conversación antes de que empezara—. ¿Se les ofrece algo? No tengo dinero suelto.
Ryuusei se detuvo a unos metros de distancia. Observó al chico, notando los tics, la forma en que su mirada saltaba de un lado a otro. Este era Bradley Goel.
—Bradley Goel —dijo Ryuusei, su voz tranquila, contrastando con la energía frenética del chico—. Necesitamos hablar contigo.
El chico frunció el ceño, su inquietud regresando. Se puso de pie con un movimiento brusco. —¿Quiénes son ustedes? ¿Cómo saben mi nombre? ¿Son de… de seguridad?
—No —respondió Ryuusei—. No somos de seguridad.
Brad se acercó, una sonrisa perezosa en su rostro. —Somos algo más… interesante. Digamos que somos cazatalentos. Y tú, chico rápido, tienes talento de sobra.
Bradley los miró con una mezcla de confusión y sospecha. Sus ojos escanearon a Brad de arriba abajo, deteniéndose un instante en la forma en que flotaba ligeramente.
—¿Cazatalentos? ¿Para qué? ¿Para correr maratones? No me interesa. Solo quiero… —su mirada se desvió hacia la calle, donde la gente caminaba a lo que para él debía ser un ritmo agónico—… disfrutar de mi juventud. A mi manera.
—Tu "manera" parece involucrar recolectar monedas que caen de los edificios —dijo Ryuusei, su tono neutro pero con una implicación clara.
Bradley se sonrojó ligeramente, su inquietud aumentando. —¿Qué? Yo no… no sé de qué hablan.
Brad se rio entre dientes. —Oh, sabemos de qué hablamos, chico rápido. Y también sabemos que eres el borrón más rápido que hemos visto en mucho tiempo.
Bradley los miró, dándose cuenta de que sabían. Que lo habían visto. Su fachada de indiferencia se resquebrajó ligeramente, revelando una pizca de ansiedad bajo la superficie.
—Miren, no quiero problemas —dijo Bradley, sus ojos escaneando el callejón en busca de una ruta de escape—. No me meto con nadie. Solo… vivo mi vida.
—Tu vida tiene un potencial que estás desperdiciando —dijo Ryuusei—. Hay algo más grande allá afuera, Bradley. Algo que requiere tus habilidades.
Bradley soltó una carcajada corta y amarga. —¿Habilidades? ¿Para qué? ¿Para repartir pizzas más rápido? ¿O para… ya saben? —hizo una pausa, su mirada volviéndose evasiva—. El mundo es un desastre. La gente es lenta, aburrida, estúpida. Solo se preocupan por sus pequeñas vidas insignificantes. ¿Por qué debería usar mi… mi cosa… para ellos?
Se apoyó de nuevo en la pared, la inquietud visible en cada fibra de su cuerpo. Parecía listo para salir disparado en cualquier momento.
—Las personas son demasiado lentas —continuó Bradley, su voz tomando un tono más cínico—. Todo es lento. Hablar es lento. Caminar es lento. Incluso pensar… es lento. Solo quiero… ir a mi propio ritmo. Ver las cosas a mi manera.
Su mirada se desvió de nuevo hacia la calle, y por un instante, Ryuusei vio una expresión en sus ojos que no era solo cinismo, sino también una extraña mezcla de aburrimiento profundo y una especie de tristeza. La soledad del que vive en una frecuencia diferente.
—Tenemos una misión —dijo Ryuusei—. Algo que puede cambiar el mundo. Necesitamos a personas como tú. Con habilidades únicas.
Bradley se rió de nuevo, un sonido hueco y sin convicción. —¿Cambiar el mundo? Suena a basura de superhéroe. Los superhéroes son una mierda. Al menos en este país. Son todos falsos. Payasos con mallas que se preocupan más por las cámaras que por la gente.
Se cruzó de brazos, su postura desafiante. —No estoy interesado. Solo quiero… disfrutar mi juventud. Ver cosas. Vivir rápido. Y si eso molesta a alguien… bueno, es su problema, ¿no?
Brad y Ryuusei intercambiaron una mirada. Convencer a Bradley Goel no sería tan sencillo como pensaban. Su velocidad no era solo física; era una barrera psicológica, una forma de desconectarse de un mundo que encontraba demasiado lento y aburrido para merecer su atención. La misión apenas había comenzado.