El zumbido monótono del transporte aéreo llenaba la cabina, un contraste con la vorágine que Kaira, Bradley y Chad habían vivido en Michigan, o el encuentro surrealista con Ezequiel en Alemania. Desde Suiza, el grupo de Ryuusei cruzaba continentes, dejando atrás las cumbres alpinas por la vasta extensión de Norteamérica. Brad manejaba la logística con su eficiencia habitual, mientras los demás se ajustaban a la realidad de su nueva unidad.
Chad, ahora con la piedra negra, permanecía en silencio, la tragedia incrustada en sus ojos pero la lealtad latiendo en su pecho. Bradley, marcado por su superación en el enfrentamiento temporal, observaba el paisaje pasar con una inquietud atenta, no temerosa, sino enfocada.
Ezequiel, un ser anómalo y antiguo, se sentaba aparte, su sola presencia infundiendo una sutil extrañeza en el flujo del tiempo dentro de la cabina. Kaira, serena, observaba a cada uno, su mente analítica registrando las dinámicas nacientes.
En un momento de relativa calma durante el viaje, Ryuusei se apartó ligeramente. Sacó un teléfono celular satelital, un dispositivo tan común en este mundo como vital para una Operación que operaba en las sombras globales. Marcó un número.
Al otro lado de la línea, después de un par de tonos, una voz familiar respondió.
—¿Ryuusei? —la voz de Aiko, aunque lejana, portaba una mezcla de sorpresa y una emoción contenida, un eco del alivio de su reencuentro en el Limbo, pero ahora teñida por la distancia de los meses.
Ryuusei, su voz tranquila y sin prisas, respondió:
—Aiko. Soy yo.
Una pequeña pausa, el reencuentro a través de la tecnología.
—Ha pasado mucho tiempo —dijo Aiko, una calma tensa en su voz, como si contuviera muchas preguntas—. ¿Estás bien? ¿Lo lograste?
—Sí —confirmó Ryuusei—. Lo logramos. Todas las piezas. El equipo A está completo.
La noticia pareció resonar al otro lado. El "equipo A", un nombre que quizás databa de sus primeros días caóticos en el Limbo, ahora representaba la fuerza combinada que Ryuusei había buscado reunir de la lista de la Muerte.
—¿Completo? —la voz de Aiko sonaba con una mezcla de asombro y anticipación—. ¿Encontraste a todos? ¿Incluso a Ezequiel?
—Incluso a Ezequiel —respondió Ryuusei—. Fue... un desafío. Pero está con nosotros ahora.
Procedió a dar las instrucciones. —Necesito que tú, Volkhov, Amber Lee, Arkadi y Sylvan se preparen. Nos reuniremos.
—¿Dónde? —preguntó Aiko.
—Sí. Nos reuniremos en Canadá. Un bosque cerca de Alberta Mountain forests. Hay una base antigua allí.
—Entendido —contestó ella, recuperando la firmeza.
Hizo una pausa. El propósito de la llamada no era solo logístico.
—Será un día especial, Aiko —continuó Ryuusei. En su voz, generalmente desprovista de calidez abierta, había un matiz sutil, un reconocimiento de la magnitud del momento—. Después de tantos meses... nos reuniremos de nuevo. Y por primera vez... todos se conocerán. Las dos mitades de la Operación.
La implicación era clara. Este no era solo otro movimiento estratégico; era la fusión de las fuerzas, la culminación de meses de preparación y reclutamiento separados. Aiko entendió la importancia.
—Estaremos allí —dijo Aiko con firmeza. La lealtad inquebrantable que la definía resonó a través del teléfono—. Prepárense.
La llamada terminó. Ryuusei guardó el teléfono, sus ojos dorados fijos en el vasto cielo sobre el Atlántico. El siguiente paso estaba en marcha. La reunificación.
El viaje continuó. Días después, el transporte aéreo aterrizó en una zona remota de Canadá. El aire frío y limpio de un bosque ancestral los recibió.
El bosque respiraba como una bestia dormida.
Árboles antiguos se elevaban como columnas de una catedral olvidada, cubiertos de musgo y susurrando secretos en el viento. La tierra misma parecía rechazar la presencia humana, vibrando con una energía primitiva.
Ryuusei y su grupo esperaron. La tensión en el aire no era de conflicto, sino de anticipación. Sabían que el otro grupo estaba en camino.
La espera no fue larga. Desde el aire, un transporte aéreo diferente, más elegante y quizás más rápido, se acercó. Aterrizó suavemente en un claro no muy lejos de donde estaban.
Las compuertas se abrieron. Primero descendió una figura pequeña y familiar.
—¡Ryuusei! —El grito de Aiko, aunque habían hablado por teléfono, estaba cargado de la emoción reprimida de meses de separación. Corrió hacia él, su pequeña figura contrastando con la inmensidad del bosque y el poder latente a su alrededor.
Ryuusei dio un par de pasos para encontrarse con ella. Por un instante, la Máscara del Yin-Yang pareció menos una barrera y más un símbolo de la carga que había llevado. Aiko se lanzó a sus brazos, abrazándolo con toda su fuerza. Ryuusei la sostuvo, una rara muestra de... algo que se asemejaba a la calidez contenida.
Detrás de Aiko, descendieron las otras figuras.
Primero, Volkhov. Alto, con una presencia imponente y la mirada aguda de un tirador que nunca falla. Caminó con una calma profesional, los brazos cruzados, observando al grupo de Ryuusei con una mezcla de evaluación y reconocimiento.
—Volkhov —dijo Ryuusei con un asentimiento respetuoso.
—Ryuusei —respondió Volkhov, una sonrisa mínima cruzando su rostro— . Veo que la lista está completa. Y que trajiste... compañía interesante.
La "compañía" de Volkhov bajó detrás de él.
Un hombre mayor con una larga barba y ropas que sugerían una conexión con lo místico: Arkadi. Exudaba un aura de poder arcano latente.
Una mujer con una mirada aguda y una ballesta colgada a la espalda: Amber Lee. Su presencia era tranquila, pero observadora, sus ojos escaneaban a los desconocidos con una intensidad fría.
Y, finalmente, una figura imponente, mucho más alta que un humano normal, con una complexión que sugería una fuerza descomunal:
Sylvan. La textura de su piel y su estatura insinuaban su naturaleza como un "árbol viviente".
El aire se cargó. Los dos grupos estaban ahora cara a cara.
Las presentaciones comenzaron. Fue un momento crucial. Brad, con su presencia sólida y su control de la tierra, conoció a Volkhov, el tirador perfecto, y a Arkadi, el sabio arcano. Chad, la máquina de destrucción controlada, conoció a Sylvan, el coloso viviente, y a Amber Lee, la maestra del veneno. Bradley, la bala humana, conoció a Arkadi y Amber Lee. Kaira, la marionetista, conoció a Sylvan y Arkadi. Ezequiel, el señor del tiempo, conoció a Volkhov, Amber Lee y Sylvan.
Las primeras impresiones volaron como flechas invisibles. Sylvan observó a los recién llegados con una marcada desconfianza, sus ojos fijos especialmente en Chad y Ezequiel, los más obviamente volátiles o extraños. Su postura era protectora hacia Aiko y su grupo original.
Arkadi, con una sonrisa sarcástica que parecía desafiar cualquier solemnidad, soltó un comentario al conocer a Brad y Chad: —¿Y ustedes quiénes son? ¿Los guardias de seguridad o los nuevos juguetes de Ryuusei?
Brad, con una risa que intentaba aliviar la tensión, respondió: —Algo así como los tipos que hacen el trabajo sucio.
Chad añadió, con una mirada cargada de la oscuridad que lo consumía pero con una pizca de su humor particular: —Y lo hacemos bastante bien.
Amber Lee se mantuvo mayormente en silencio, sus ojos agudos observando a cada nuevo miembro, midiendo su potencial y su peligro. Su mirada se detuvo en Kaira y Ezequiel con particular interés.
Ezequiel, su paranoia anómala activada por la presencia de tantas voluntades y poderes desconocidos, frunció el ceño. Murmuró lo suficiente fuerte para ser escuchado: —Hay demasiados. ¿Podemos confiar en ellos? ¿Y si hay posibles traiciones?
Kaira, al lado de Ryuusei, mantuvo una expresión seria y controlada. Su lealtad a Ryuusei era absoluta, y su mirada observadora evaluaba a los nuevos miembros de la misma manera que Amber Lee los evaluaba a ellos. Confiaba en el juicio de Ryuusei, pero estaba alerta.
El aire se llenó de este choque de personalidades y poderes. El grupo que Ryuusei había reunido no era un ejército uniforme, sino una colección de "marginados", cada uno con sus peculiaridades, traumas y desconfianzas.
Ryuusei sintió la tensión. Dio un paso adelante, tomando el centro de atención.
—Suficiente —dijo Ryuusei, su voz resonó con la autoridad tranquila que le era propia, cortando las interacciones iniciales—. No tenemos tiempo para desconfianzas.
Miró a cada uno de ellos, sus ojos dorados penetrantes.
—No ahora. Los enemigos nos buscan. El objetivo está a la vista.
Su mirada recorrió los rostros de todos, los veteranos del Limbo, los reclutas del mundo, las anomalías temporales, los maestros de la tierra, la velocidad, las explosiones, el veneno, la magia y la fuerza de la naturaleza.
—Somos todos lo que queda —dijo Ryuusei. Sus palabras no eran una súplica, sino una declaración de la realidad brutal de su existencia—. Somos "La Operación Kisaragi". Y ahora, estamos completos.
Una vez que el silencio se asentó, Ryuusei les habló del siguiente paso. Les recordó el objetivo, aquel que había impulsado su reclutamiento desde el principio.