El aire en la vasta sala central de la fábrica abandonada apestaba a metal oxidado, a polvo estancado y, ominosamente, a ozono fresco de una explosión reciente. La tensión era tan espesa que parecía materializarse en una neblina invisible. Kaira y Bradley permanecían de pie en el umbral, los músculos rígidos, las mandíbulas tensas, mientras sus ojos, desorbitados por el miedo, se clavaban en la figura que reinaba en el centro del desastre: Chad Blake. El monstruo detrás del horror. La prueba brutal de su primera misión oficial.
El miedo se les enroscó en la garganta, como una serpiente a punto de asfixiarlos. No era solo el terror a la muerte —era algo más visceral—: el pavor a la aniquilación, a ser destrozados más allá de toda forma humana, a fallarle a Ryuusei, a ser reducidos a una masa sangrienta e irreconocible. Con apenas dieciséis y quince años, enfrentarse a esta pesadilla solos era un acto de locura.
Chad Blake los observaba, su sonrisa una mueca maníaca que deformaba su rostro salpicado de sangre seca y mugre. Irradiaba una energía salvaje, una violencia tan cruda que Kaira casi podía oír el eco de su demencia en su propia mente. No hablaba. No era necesario. Era un lobo hambriento decidiendo con cuál presa jugar primero.
—O-okay —murmuró Bradley, apenas un susurro empapado de pánico. Su cuerpo vibraba, no de frío, sino del terror puro que lo recorría como electricidad cruda—. Tenemos que... noquearlo. Ryuusei dijo... noquearlo.
Kaira asintió, su cuello rígido como piedra. Mantuvo su expresión controlada, pero por dentro luchaba contra unas arcadas que le subían por la garganta.
—Sí —su voz era baja, quebradiza, pero firme—. Es el origen. Tenemos que detenerlo. Juntos.
"Juntos". La palabra se sintió como un hierro al rojo entre ellos. Su alianza era forzada, una cuerda tensa a punto de romperse. Ella despreciaba su debilidad. Él, cegado por una admiración desesperada, temblaba a su lado. Pero el abismo de la muerte exigía cooperación.
Chad se levantó, lento, arrastrando los pies sobre el concreto cubierto de sangre reseca y trozos de escombros. Su sonrisa se torció aún más. De repente, el aire crujió a su alrededor, cargado de una electricidad primitiva.
—¡Cuidado! —gritó Kaira.
La advertencia llegó un segundo antes de que una explosión brutal desgarrara el suelo. Una columna de fuego y fragmentos metálicos salió disparada hacia ellos. Bradley, impulsado por el miedo, reaccionó en un destello de supervelocidad. Tiró de Kaira, casi dislocándole el hombro, y ambos rodaron por el suelo mientras el lugar donde habían estado segundos antes era pulverizado.
Un zumbido ensordecedor llenó el aire, seguido por el hedor de carne quemada y cemento partido.
—¡Mierda! —gimió Bradley, jadeando como un pez fuera del agua, con las rodillas raspadas y las palmas sangrando.
Kaira se levantó tambaleándose. El sonido de sus latidos era un tambor constante en sus oídos. Miró a Chad, luego a Bradley, con los sentidos hiperalertas.
—No podemos solo esquivar —gruñó, tragando su miedo—. ¡Tenemos que atacarlo! ¡Ahora!
Cerró los ojos, intentando concentrarse. A su alrededor, Chad descargó otra ola de explosiones erráticas. Pedazos de maquinaria oxidada estallaban como bombas improvisadas, proyectando fragmentos filosos que desgarraban todo a su paso.
Bradley esquivaba como podía, un borrón frenético. Aun así, algunos fragmentos lo alcanzaban: trozos de hierro se le incrustaban en los muslos, desgarrándole la carne. Cada impacto era un estallido rojo que manchaba su ropa, salpicando sangre fresca sobre el suelo ennegrecido.
Kaira sintió la mente de Chad: un caos palpitante, un torbellino de rabia, dolor y hambre de destrucción. Intentó introducir pensamientos de duda, de confusión.
Chad titubeó. Su expresión demente se fracturó en un rictus de desconcierto.
—¡Ahora! —chilló Kaira.
Bradley aprovechó. Cargó contra Chad a toda velocidad, con un grito salvaje desgarrándole la garganta. Apuntó a un golpe incapacitante, pero en el último instante, Chad reaccionó. Una explosión, más precisa y letal, detonó justo frente a Bradley.
La onda expansiva lo envolvió. Bradley fue catapultado como una muñeca rota, golpeando una columna con un sonido nauseabundo de huesos resquebrajándose. Su cuerpo cayó al suelo en un ángulo antinatural. Sus costillas perforaron la piel. Una esquirla de acero le atravesó el muslo izquierdo, saliendo por el otro lado en un chorro brutal de sangre.
Chad rió. Una carcajada demente y burlona que reverberó en las paredes destruidas.
Kaira tragó el grito de horror que quería escapar de su garganta. Su compañero se retorcía en el suelo, cubierto de sangre, trozos de carne colgando de las heridas abiertas, mientras su regeneración trataba desesperadamente de repararlo.
Chad la miró. Su mirada era como la de un niño sádico que juega con un insecto moribundo.
Una serie de explosiones dirigidas la atacaron. El suelo bajo sus pies se fragmentó, lanzándola al aire. Su espalda se estampó contra una estructura metálica oxidada. Sintió cómo la piel se desgarraba. Partes de su cuerpo fueron arrancadas de cuajo por los fragmentos voladores. Sangre. Carne. Dolor absoluto.
Pero ella no podía detenerse. Mientras su cuerpo sangraba profusamente, mientras la regeneración curaba grotescamente sus heridas, Kaira apretó los dientes y lanzó otro ataque psíquico. Más fuerte. Más violento.
Chad vaciló de nuevo. Su energía caótica se tambaleó, como un fuego amenazando con apagarse.
Bradley, medio regenerado, con sangre aún chorreándole por las piernas, aprovechó la distracción. —¡HEY, MALDITO PEDAZO DE MIERDA! —rugió, corriendo alrededor de Chad en círculos frenéticos.
Chad giraba sobre sí mismo, confundido, dejando ráfagas de explosiones caóticas. El techo se desplomaba en partes. Fragmentos de maquinaria golpeaban el suelo, dejando charcos de sangre y lodo sucio. Las paredes estaban salpicadas con trozos de carne pulverizada de animales callejeros que habían sido atrapados en las explosiones anteriores. La sala entera se transformó en un infierno sangriento.
Kaira se obligó a concentrarse. "Duerme", pensó con una intensidad salvaje. "¡Duerme!"
La mente de Chad se resistió, una fuerza bruta y peligrosa, pero esta vez Kaira no cedió. Su desesperación era un látigo mental que azotaba su conciencia.
Chad, tambaleante, dejó caer los brazos. Sus ojos se nublaron.
—¡Bradley! —gritó Kaira, con las últimas fuerzas de su voz.
Bradley, un desastre sangriento sobre dos piernas, cargó con todo lo que le quedaba. Saltó, esquivó un último destello explosivo y, con un grito primitivo, descargó un golpe brutal en la nuca de Chad.
Un crujido sordo.
Chad cayó como un maniquí roto, impactando el suelo en un charco propio de sangre y escombros.
El silencio cayó como una lápida sobre la sala destrozada.
Kaira y Bradley se quedaron quietos, jadeando, temblando, cubiertos de su propia sangre, de la sangre del enemigo, de heridas abiertas que no terminaban de cerrar del todo. La regeneración seguía trabajando, pero la imagen era infernal: trozos de carne nueva recubriendo huesos expuestos, piel cosiéndose sobre músculos desgarrados.
Lo habían logrado.
Se miraron, sin palabras. El terror seguía en el aire, como un gas venenoso, pero también lo estaba el triunfo: áspero, sucio y sangriento. El precio de la victoria. La gloria inmunda de haber sobrevivido al infierno.
Miraron el cuerpo inerte de Chad Blake. El monstruo había caído.
Y ellos... ellos seguían en pie.