El aire en la habitación discreta que habían alquilado no olía a flores ni a tierra, sino al leve perfume persistente de Kaira, al desinfectante barato y a la tensión residual de la noche anterior. Kaira estaba sentada en una silla de plástico, con esa misma despreocupación ordenada que parecía una segunda piel, aunque sus ojos revelaban que estaba lejos de estar relajada. Ryuusei, Brad y Bradley la observaban, el silencio llenando los espacios entre ellos. El equipo de Ryuusei ahora tenía un cuarto miembro.
Bradley seguía inquieto, aunque menos visiblemente tembloroso que durante la "extracción". Miraba a Kaira con una mezcla de asombro, culpa (por haberla traído a la fuerza) y una infatuación que ni la moralidad gris del acto ni la revelación de su poder manipulador habían logrado disipar.
Brad estaba de pie, con los brazos cruzados, su expresión una mezcla de pragmatismo y ligera incomodidad ante la nueva dinámica. Ryuusei, con su calma habitual, parecía sopesar las implicaciones de su nueva recluta.
Ryuusei se dirigió hacia una pequeña televisión polvorienta en una esquina de la habitación. La encendió, sintonizando un canal de noticias internacional. Querían ver qué estaba pasando en el mundo que pronto tendrían que intentar equilibrar.
En la pantalla, un reportero con traje hablaba con gravedad, señalando edificios dañados en el fondo. Luego, la imagen cambió a la de Aurion, el Héroe Número Uno de Japón y del mundo, en una conferencia de prensa improvisada. Lucía impecable, su aura de poder palpable incluso a través de la pantalla. Había detenido alguna amenaza, salvado alguna ciudad de algún desastre provocado por un individuo poderoso y descontrolado.
La entrevista siguió el guion esperado: preguntas sobre los daños, los heridos, el heroísmo de Aurion. Pero entonces, la conversación tomó un giro interesante. El reportero, y luego fragmentos de entrevistas a pie de calle que se intercalaban, empezaron a mencionar algo más.
"...fue otra demostración del increíble poder del Héroe Número Uno", decía el reportero.
"...salvó a mi familia, es el mejor", decía una ciudadana. "...pero te hace pensar, ¿no?", añadía un hombre en la calle.
"Tanto poder... pero al final, ¿quién logró hacerle frente? ¿Quién le dio pelea de verdad?"
"Sí", asentía otro.
"Solo aquel tipo.
El de la máscara.
El que llaman... el perdedor número uno."
"Aurion es genial, sí", decía una adolescente, "pero al único que no pudo vencer... al único que se le escapó... fue a él.
Al chico de la máscara rara."
Ryuusei observó la pantalla con su calma habitual, pero había algo en la quietud de su mirada que denotaba que no era indiferente. El mundo lo recordaba. No como un salvador, no como un héroe. Como el "perdedor número uno". El que se atrevió a desafiar al número uno y, a pesar de la derrota, sobrevivió y escapó. Una espina en el costado del heroísmo convencional.
Bradley observó la pantalla, fascinado. Había visto eso en las noticias de Holanda: el caos, el hombre que se movía como un sol, y la figura enmascarada que, a pesar de perder, se negó a romperse. Verlo ahora, sentado en la misma habitación, viendo cómo el mundo lo etiquetaba, era surrealista.
Brad soltó una risa áspera. —El perdedor número uno. Me gusta. Suena... auténtico. Mejor que Hijo del Yin y el Yang.
Ryuusei se limitó a apagar la televisión. El silencio regresó, cargado ahora con el eco de su reputación global.
—Es lo que soy para ellos —dijo Ryuusei, su voz desapasionada.
La conversación se dirigió entonces a Kaira. Ryuusei necesitaba entender su situación personal.
—Kaira —dijo Ryuusei—. Hablaste de tu vida, de usar tu poder. ¿Hay... personas que dependan de ti? ¿Familia?
Kaira bajó la mirada por un instante, esa despreocupación ordenada cediendo a una expresión de sombría resignación. —Sí. Mi madre. Mi padre. Y mi hermana menor. Viven cerca de aquí. En un apartamento.
Hubo un silencio. Los otros miembros del equipo entendieron al instante.
—¿Los... controlabas? —preguntó Ryuusei, su voz suave pero directa.
Ryuusei esperó su respuesta.
—Sí —respondió Kaira, su voz apenas un susurro—. Desde hace... años. Desde que mi poder se manifestó de verdad. Las cosas eran... difíciles. Quería que estuvieran bien. Que no sufrieran. Que no se preocuparan por el dinero, por los problemas. Hice... que quisieran lo que teníamos. Hice... que estuvieran felices. A mi manera.
Revelar esto, la manipulación constante de las mentes de su propia familia, pesaba sobre ella. Era la aplicación más personal y moralmente compleja de su poder.
—Los obligabas a ser felices —dijo Brad, su tono no era de juicio, solo de una cruda comprensión de la oscuridad humana—. Joder.
—Era... la única forma que conocía —dijo Kaira, una pizca de desesperación asomando. Su poder la había aislado de la conexión real, incluso con los suyos.
—Ahora que te unes a nosotros —dijo Ryuusei, su tono volviendo a ser práctico—. No podrás... seguir haciéndolo.
Kaira asintió, con la mirada perdida. —Lo sé. Tienen que ser... libres. Incluso si eso significa que las cosas volverán a ser difíciles para ellos. Incluso si... si no les gusto sin mi control.
Se hizo otro silencio cargado de tristeza. Era un adiós. No una separación física, sino un desmantelamiento de la realidad que ella misma había construido para ellos.
—Necesito... necesito un día —dijo Kaira, levantando la vista—. Para ir. Para decirles... adiós. Para... para soltarlos. Y para recoger mis cosas.
Ryuusei lo consideró. Era arriesgado, pero necesario. No podían pedirle que arrancara su vida anterior sin una despedida, por dolorosa que fuera.
—Un día —asintió Ryuusei—. Brad te acompañará de lejos. Por seguridad. Para ti. Y para ellos.
Kaira asintió con gratitud.
Mientras los adultos hablaban, Bradley seguía observando a Kaira. La había visto ser poderosa y aterradora, y ahora la veía ser vulnerable y triste. Su infatuación se sentía aún más confusa. Quería hablarle, decirle algo, cualquier cosa que no fuera torpe o inapropiada. Pero no sabía cómo.
Vio a Brad apartarse para ir a la ventana. Era su oportunidad. Se acercó a Brad, con los pies moviéndose nerviosamente, las palabras atascadas en su garganta.
—Oye, Brad —murmuró Bradley, su voz baja y rápida.
Brad se giró, una ceja arqueada. —¿Sí, chico rápido? ¿Quieres correr en círculos para gastar energía?
—No —dijo Bradley, sonrojándose ligeramente—. Es que... Kaira. Quiero... quiero hablarle. Pero no sé qué decir. Soy... soy fatal en esto. Con las chicas. Y ella... ella es...
Se interrumpió, incapaz de articular la magnitud de su atracción y su torpeza combinadas.
Brad lo miró por un momento, su expresión endurecida por años de pragmatismo áspero. Suspiró.
—Mira, chico —dijo Brad, su voz más baja, con un toque de la crudeza que Bradley a veces encontraba reconfortante en su honestidad—. Las chicas... son un puto laberinto sin mapa. Especialmente las que tienen poderes raros. No hay reglas. No hay consejos mágicos. Solo... sé tú mismo, supongo. Y si eso no funciona... pues no funciona.
Se encogió de hombros. —Y no intentes ser... un pervertido. Eso no ayuda. Sé que ves cosas, pero mantén esa mierda para ti.
Bradley se sonrojó violentamente ante la mención de su "pasatiempo". —¡Oye! Yo no...
—Lo sé, lo sé —interrumpió Brad—. Solo digo. Sé... menos raro. Y más... persona. Escúchala. Pregúntale mierdas sobre ella. A la gente le gusta hablar de sí misma. Pero no seas un puto acosador. Y no esperes nada. Nunca esperes nada.
Brad le dio una palmada en el hombro, un gesto inusualmente suave. —Buena suerte, chico rápido. La vas a necesitar.
Bradley asintió, absorbiendo el "consejo" crudo y sin pulir de Brad. No era la guía romántica que esperaba, pero era... real. Miró a Kaira de nuevo, sintiendo una punzada de nerviosismo. Tenía un día para despedirse de su antigua vida. Y quizás, solo quizás, en ese día o después, Bradley encontraría el valor (y la forma no torpe) de intentar hablar con ella de verdad.
Kaira se puso de pie. Miró a Ryuusei y asintió con resolución.
—Volveré mañana —dijo—. Con mis cosas.
El equipo de Ryuusei la vio salir de la habitación. Una figura pequeña y bella, cargando el peso invisible de una familia cuyas mentes había manipulado durante años, dirigiéndose a desmantelar la única realidad que conocían. El adiós a las marionetas había comenzado. Y con ello, el equipo de Ryuusei se preparaba para la siguiente fase: ahora con un perdedor número uno, un cavernícola de tierra, un velocista asustado y una manipuladora liberando a sus seres queridos.