El olor a especias y escape de moto se disipó lentamente a medida que se adentraban en el laberinto de calles secundarias, dejando atrás el caos controlado que Kaira Thompson había desatado. Encontraron refugio temporal en una habitación alquilada por horas en un edificio anodino, un cubículo caliente y mal ventilado que ofrecía una privacidad básica pero necesaria. El aire dentro seguía denso, no por el calor exterior, sino por la tensión que aún vibraba entre ellos. La adrenalina de la confrontación se disipaba, dejando paso al peso de la realidad de su objetivo.
Ryuusei se sentó en el borde de una cama deshecha, su postura tranquila contrastando con la inquietud visible en Brad y la agitación apenas contenida de Bradley. Brad se recostó contra la pared, con los brazos cruzados, observando la calle a través de una ventana enrejada. Bradley daba pequeñas vueltas nerviosas por el reducido espacio, incapaz de quedarse quieto, jugueteando con los bordes de su camiseta.
—Controla a la gente como si fueran sus putos títeres —masculló Brad, rompiendo el silencio—. Viste sus ojos. Vacíos. Como si no hubiera nadie dentro. Es inquietante.
—Es su poder —respondió Ryuusei, su voz serena—. Y lo usa instintivamente cuando se siente amenazada. No podíamos hacer mucho sin arriesgarnos a herir a civiles inocentes.
—Casi me reviento la cabeza contra una mesa —murmuró Bradley, aún temblando ligeramente por el susto y la humillación de su caída. La adrenalina se había ido, dejando solo la conciencia de lo cerca que estuvo del desastre.
—Tu velocidad no sirve de nada si no tienes control, Bradley —dijo Brad sin rodeos—. Necesitas disciplina.
Bradley le lanzó una mirada ofendida, pero no replicó. Sabía que Brad tenía razón. Su velocidad era inútil si no sabía cómo usarla en una situación real.
—El problema es cómo hablar con ella —dijo Ryuusei, volviendo al punto central—. Si cada vez que nos acercamos convierte a la gente en un muro de carne controlada, la negociación es imposible. No podemos tener un ejército de civiles descontrolados cada vez que queramos charlar.
Se hizo un silencio pensativo. La dificultad de reclutar a Kaira, una manipuladora que usaba a otros como escudo, se hizo dolorosamente clara. La persuasión directa no funcionaría si no podía escuchar su argumento sin sentirse amenazada.
—Necesitamos aislarla —dijo Ryuusei finalmente, su mirada fija en el aire, como si estuviera construyendo el plan pieza por pieza en su mente—. Llevarla a un lugar donde no pueda usar a otras personas. Un lugar tranquilo. Y necesitamos asegurarnos de que no pueda resistirse o usar su poder mientras le hablamos.
Brad frunció el ceño. —¿Aislarla? ¿Cómo? ¿La noqueamos?
—No —replicó Ryuusei con firmeza—. El objetivo no es hacerle daño. Es convencerla. Necesitamos que esté consciente. Que escuche. Pero que no pueda controlarnos ni a nadie más.
Miró a Brad. —Tú tienes una forma de... contener. Sin dañar.
Brad entendió. Su poder. El que raramente usaba en la ciudad, el que lo conectaba con la tierra misma. Asintió lentamente.
—Puedo hacerlo —dijo Brad—. Puedo usar la tierra. La piedra. Contener. Inmovilizar. Sin romper. Sin sangrar. Pero necesito el contacto. Y un lugar con... material. Tierra. Roca.
—Tenemos la contención —dijo Ryuusei, asintiendo—. Ahora necesitamos el aislamiento. Llevarla del caos a la quietud. Rápidamente. Antes de que se dé cuenta.
La mirada de Ryuusei se dirigió entonces hacia Bradley.
Bradley, que había estado inquieto pero relativamente calmado (para sus estándares), se detuvo en seco. Sus ojos se agrandaron ligeramente. Un escalofrío recorrió su cuerpo a pesar del calor de la habitación.
—No —murmuró, casi inaudiblemente—. No, no, no.
—Bradley —dijo Ryuusei, su voz firme pero sin dureza.
—No puedo —dijo Bradley, su voz subiendo de volumen, tiñéndose de pánico—. No puedo hacer eso. Secuestrarla. Llevármela... así. Es... es ilegal. Es... jodido.
Se frotó las manos nerviosamente, incapaz de mirar a Ryuusei a los ojos. La idea, planteada con la calma estratégica de Ryuusei, le revolvía el estómago. La chica que le gustaba, la que lo fascinaba con su poder... y él tenía que ser el que la agarrara contra su voluntad.
—No es un secuestro, Bradley —dijo Ryuusei, aunque la distinción era delgada y difícil de tragar—. Es... una extracción. Temporal. Para poder hablar.
—¡Es un secuestro! —insistió Bradley, su voz temblando—. La vamos a agarrar y a llevarla a la fuerza. ¡A ella!
Miró a Brad, buscando apoyo. Brad simplemente lo observaba con una expresión pragmática.
—Es la única manera, chico rápido —dijo Brad—. Viste lo que pasa si intentamos charlar. Ella controla a la peña. No podemos pelear con civiles.
—Pero yo... yo soy fatal en esto —dijo Bradley, la cruda honestidad en su voz era dolorosa—. No sé pelear. No sé... agarrar a alguien sin chocar. Y estoy... estoy aterrado.
La vulnerabilidad que había insinuado antes ahora estaba a flor de piel. A pesar de su velocidad sobrehumana, la idea de una confrontación directa, no letal, pero coercitiva, lo llenaba de pánico. No era un héroe de acción. Era solo un chico con TDAH que podía moverse muy rápido y veía cosas.
—Nunca he hecho algo así —continuó Bradley, su voz se aceleró de nuevo, una manifestación de su nerviosismo extremo—. Siempre... siempre me iba. Desaparecía. No me enfrentaba. Y ella... ella es...
Se detuvo, incapaz de articularlo. Era Kaira. La chica bella, la que lo había impresionado con su poder, a la que había estado observando con una mezcla de fascinación y deseo. Y él tenía que ser quien la forzara a venir.
Ryuusei lo observó, entendiendo el conflicto interno. No era solo miedo a fallar o a ser herido; era un miedo moral, una renuencia a cruzar esa línea, especialmente con ella.
—Sé que tienes miedo, Bradley —dijo Ryuusei, su voz suave pero inflexible. No había alternativa. La misión era lo primero—. Y entiendo que esto es difícil. Pero tú eres el único que puede hacerlo. Nadie más puede moverse tan rápido. Nadie más puede sacarla de esa situación en un instante. Es necesario. Por la misión. Por el mundo.
Bradley se abrazó a sí mismo, temblando visiblemente. La magnitud de la tarea, el peso de la responsabilidad, la moralidad cuestionable... todo lo abrumaba. Quería ser parte de algo grande, sí, quería seguir a Ryuusei, pero esto... esto era real. Y aterrador.
—Tienes que hacerlo, Bradley —dijo Brad, su tono más serio de lo habitual—. Si ella no habla, no podemos reclutarla. Y si no la reclutamos, no tenemos la habilidad que necesitamos. Y si no tenemos al equipo completo... estamos jodidos. Todos.
La realidad cruda de las palabras de Brad pareció aterrizar en Bradley. No era solo sobre él, sobre su miedo o su moralidad. Era sobre todos. Sobre el futuro que Ryuusei intentaba construir.
Bradley respiró hondo, un sonido sibilante. Cerró los ojos por un instante. Cuando los abrió, el pánico aún estaba allí, pero había una nueva capa de resignación. Y una pizca de determinación, nacida del miedo mismo.
—Okay —murmuró, su voz baja y temblorosa—. Okay. Lo haré. Pero... pero tengo miedo. Mucho.
—Lo sé —dijo Ryuusei—. Y no tienes que dejar de tenerlo. Solo tienes que hacerlo a pesar de él.
Pasaron el resto del tiempo afinando los detalles. Encontraron un callejón en el mapa de Bangkok que parecía cumplir los requisitos: apartado, con vegetación, muros de piedra. Ryuusei y Brad irían primero, preparándose. Bradley recibiría la señal y actuaría. La comunicación sería mínima. Precisa. Rápida.
Mientras discutían los pasos, Bradley seguía inquieto, su mente y su cuerpo preparándose para la misión que lo aterraba. Miraba sus manos, las mismas que usaría para... extraer a Kaira. Se sentía enfermo. Pero la idea de defraudar a Ryuusei, de fallar en su primera tarea real, era casi tan aterradora como la tarea en sí.
El plan estaba trazado. La táctica audaz, nacida de la necesidad y la imposibilidad de otros medios, estaba lista para ser ejecutada. Y Bradley Goel, el chico superrápido que nunca se metía en líos y temía al amor, estaba a punto de realizar su primera misión de "secuestro". El próximo capítulo sería el momento de la verdad. Su miedo tendría que correr a supervelocidad.