LightReader

Chapter 3 - Chapter 3. The Tenth Anniversary

El gran salón del hotel resplandecía. Candelabros de cristal colgaban del alto techo, reflejando la luz dorada de las lámparas. Mesas elegantemente vestidas con manteles de encaje y copas de cristal se extendían por el espacioso salón, donde decenas de invitados charlaban y reían con sus bebidas en la mano. Alex había cuidado cada detalle para que la noche fuera inolvidable.

El décimo aniversario de su matrimonio con Helen debía ser un renacimiento, una forma de demostrarle que, a pesar de todo, su amor seguía siendo fuerte. Vestido con un traje negro a medida, una camisa blanca impecable y una corbata de seda, esperó junto a familiares, amigos cercanos y compañeros de trabajo, todos ansiosos por ver llegar a su esposa.

Pero Helen no apareció.

Recordó cómo esa mañana ella había jurado que vendría.

—Helen , mi amor —había dicho con dulzura, tomándole las manos—, esta noche es importante para mí. Quiero que vengas al banquete.

Ella suspiró, evitando su mirada.

—Sabes que no me siento cómoda en ese tipo de lugares —respondió ella en voz baja.

Pero él no estaba dispuesto a rendirse. Se arrodilló frente a ella con tanta intensidad que la hizo estremecer.

—Te lo ruego, cariño. Esto significa mucho para mí. Quiero que estemos juntos. No habrá otra mujer en ese lugar que se compare contigo. Serás la más hermosa de todas, la única que mis ojos buscarán.

Helen asintió, aunque su corazón todavía vacilaba.

—¿Me lo prometes? —insistió, temiendo que ella cambiara de opinión en el último minuto.

Ella esbozó una leve sonrisa y respondió con calma:

- Prometo.

Alex la abrazó con fuerza, sintiendo la alegría de haber superado su reticencia.

Los minutos transcurrían lentamente, y las miradas a su alrededor empezaban a reflejar curiosidad. Alex miró su reloj con creciente inquietud. Su madre, una mujer de mirada dulce pero preocupada, se acercó y le puso una mano en el brazo.

—Quizássolo esté tardando en prepararse, hijo. Ya sabes cómo es Helen.

Alex forzó una sonrisa y asintió, aunque algo en su pecho le decía que la razón era diferente. Y entonces, las puertas principales del salón se abrieron de golpe.

El murmullo de los invitados cesó al instante.

Helen entró tambaleándose, con una risa apagada y errática. Llevaba un vestido corto de lentejuelas doradas, demasiado ajustado, demasiado inapropiado para la ocasión. Su cabello caía en ondas desordenadas, y sus labios, pintados de rojo, estaban manchados en las comisuras. Pero lo peor no era su estado.

Lo peor fue que no estaba sola.

Un hombre alto, moreno y de sonrisa burlona, ​​la sostenía por la cintura con descarada familiaridad. Llevaba la camisa desabrochada hasta el pecho y un aire de arrogancia que dejaba claro su papel en la escena. La risita de Helen resonó en el silencio atónito.

—¡Ahí está mi marido modelo! —exclamó con voz entrecortada, mirando a Alex con una mezcla de desafío y diversión.

El rostro de Alex se sonrojó, no por vergüenza propia, sino por la humillación pública que Helen se estaba infligiendo. Sus colegas intercambiaron miradas incómodas; algunos bajaron la mirada, otros susurraron.

—Helen … —murmuró, acercándose a ella con cautela.

—¡Ay, no empieces con ese tono condescendiente, Alex! —espetó, separándose torpemente del hombre que la sujetaba—. ¿No te gusta mi cita? Se llama Marcos y, a diferencia de ti, sí que sabe divertirse.

El hombre llamado Marcos sonrió burlonamente, ajustándose el cuello.

—Un placer conocerle, señor esposo.

Alex apretó los puños, sintiendo un nudo en la garganta. Podía soportar insultos, discusiones, pero esto... esto era diferente.

Su madre se puso una mano en el pecho, como intentando contener un dolor que la atravesaba por dentro. Su esposo la sujetó. Le temblaron los labios y, por un instante, pareció que las palabras se le atascaban en la garganta. Sus ojos, nublados por la angustia, buscaron los de su hijo, llenos de compasión por la situación en la que se encontraba.

A su alrededor, la tensión era palpable. Algunos amigos de Alex, perturbados por la escena, dieron un paso al frente, dispuestos a intervenir. Uno de ellos extendió la mano, como si con un simple gesto pudiera cambiar el curso de lo que estaba sucediendo. Pero Alex levantó la suya con firmeza y decisión, deteniéndolos sin decir palabra. Su mirada permaneció fija en su esposa, llena de emociones contenidas; un abismo entre ellos que parecía imposible de cruzar.

—Helen, estás borracha —dijo con voz tranquila pero firme—. Vámonos a casa.

Ella estalló en risas, balanceándose sobre sus pies.

—¡Oh, ahora quieres hacerte el marido preocupado! ¡Por favor! ¿Cómo te atreves a organizar esta farsa cuando sabes perfectamente que todo es mentira? ¡Nuestro matrimonio es una farsa!

Y señalando a la familia y amigos de Alex, gritó:

—¡Hipócritas!

Los murmullos se hicieron más fuertes. Alex cerró los ojos un instante, sintiendo que se desmoronaba por dentro. La imagen de lo que había esperado lograr esa noche se desvaneció ante sus ojos, reemplazada por los restos de su realidad.

—Basta , Helen —susurró. Pero ella no había terminado.

Con una sonrisa cruel, tomó una copa de champán de una bandeja cercana y, sin previo aviso, la derramó sobre el pecho de Alex. Una exclamación de asombro recorrió la sala. La fría humedad le pegó la camisa a la piel, pero Alex no se movió. Solo la miró con una mezcla de dolor y resignación.

—Ahíestá tu brindis, mi amor —dijo Helen con sarcasmo, dejando caer el vaso al suelo, donde se rompió en mil pedazos.

Alex tragó saliva con dificultad, sintiéndose repentinamente exhausto. Suspiró y, con un gesto inesperado, se quitó lentamente la chaqueta empapada y la dejó sobre el respaldo de una silla. Luego, con una dignidad inquebrantable, pasó junto a Helen sin decir palabra.

Helen frunció el ceño, como si esperara que él explotara, que la insultara, que hiciera algo —lo que fuera— que rompiera la insoportable tensión que reinaba en el ambiente, algo que justificara la tormenta que había desatado. Pero Alex no lo hizo. No gritó, no alzó la voz. Solo la miró y, sin decir palabra, se alejó con la cabeza bien alta y los hombros erguidos, dejando atrás los murmullos y las miradas de lástima que empezaban a invadir el lugar.

Y por primera vez, Helen sintió algo parecido al placer.

Un pequeño destello de satisfacción. Una chispa que ardía levemente, como un pinchazo en el pecho. Era extraño: una sensación contradictoria que no esperaba encontrar entre el dolor, la ira y el conflicto. La verdad era que la hacía sentir, de alguna manera, victoriosa.

Y a ella le gustaba esa sensación.

Había ido demasiado lejos, pero no le importó.

More Chapters